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jueves, 9 de agosto de 2012

En agosto, PROMOCIÓN

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Una sibila me mira intencionadamente. Está recostada sobre los bosques, divisando el cielo, como queriendo escudriñar qué viajes emprenden las nubes, de qué colores se visten y para qué viven los hombres. Su túnica tornasolada le confiere elegancia —o mejor aun, una suave armonía que se contagia— y produce visos inquietantes en el paisaje.

Las montañas de Sarguyo a media tarde se convierten en sibila y, según les da el viento, dicen augurios o lanzan advertencias… Advertencias que, al parecer de las gentes del lugar, vienen muy al caso, porque siempre tocan materias que afectan a las conciencias desprevenidas. Sin embargo, no son estas manifestaciones ni las más importantes ni las más apreciadas. La gente valora mucho más el dulce arrullo de esta mujer, su delicado consejo y hasta el adormecido deseo que emana de los pliegues de su túnica.